En los convulsos tiempos de la Alta Edad Media, los francos consiguen detener a los árabes en su expansión por la Europa Occidental, que se había iniciado en las costas del Sur de Hispania y habían consolidado con la caída del reino visigodo de Hispania y la Septimania.
La Septimania (Septem Provinciarum) era una amplia región de lo que actualmente es el Sur de Francia que abarcaba la parte norte de los Pirineos, limitando al Oeste por el Condado de Toulouse, y al Este por la costa mediterránea llegando hasta el Nimes y Uzés, cerca del Ródano. Dicha región era el equivalente a la provincia Narbonnensis prima, del Imperio romano.
Los francos en tiempos del emperador Carlomagno comenzaron una expansión constante hacia el Sur, conquistando la Septimania. La adhesión al reino franco en el 760, tampoco cambió el entorno social, cultural y político de la Septimania, ya que Carlomagno para gestionar estas nuevas tierras conquistadas tuvo que crear nuevos condados y asignar a nobles francos o a nobles visigodos locales leales para el gobierno de esta región reconquistada así como posteriormente en la Marca Hispánica, al sur de los Pirineos que se conquistaría en años posteriores (801). A los territorios de la Septimania y del Sur de los Pirineos, gobernados habitualmente por los condes de Toulouse, también se les denominó Gothia, porque la región tenía una concentración de visigodos, mayor que en las áreas circundantes.
Los sucesores de Carlomagno: Sus hijos, Ludovico Pío y Carlomán, o sus nietos Carlos el Calvo, Lotario, Luis de Germania y Pipino I de Aquitania, mantuvieron esta política de asignación del gobierno de los condados en función de la fidelidad de los condes a su monarca.
El proceso sucesorio del Imperio de Carlomagno creó rivalidades entre sus hijos y más tarde entre sus nietos y
llevó a los francos a guerras fratricidas, así los condes, en numerosas ocasiones, debieron decidir al heredero real que deseaban servir y
posicionarse en estas cruentas rivalidades.